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CONCEPTUALES

La Ciencia Política ha heredado y desarrollado un amplio conjunto de conceptos que de forma más o menos permanente se revisitan. Uno de los clásicos es el de partidos, que como contenedor conceptual se puede remontar al siglo XVIII.

El origen de los partidos modernos está ligado a la transformación de una noción que respondía inicialmente a una imagen mental, esto es a la idea analítica de parte y que posteriormente adquirió fuerza como concepto objetivo aplicable a una entidad concreta (Sartori, 1976). Desde la época romana hasta el siglo XIX, fue la palabra facción la que se empleaba para designar a un grupo político cuya acción e incluso existencia misma tenía repercusiones negativas al promover un interés privado y poner en riesgo el espíritu de unidad. A lo largo del siglo XVIII facción y partido se utilizaban de manera indistinta, compartiendo una carga de valor negativa. La palabra facción se deriva del latin facere que significa hacer o actuar, mientras que la palabra partido se deriva del latin partire que significa dividir, por ello, señala Sartori (1976) que la palabra partido sería más flexible y suavizada, ya que aludía a una imagen analítica (parte) y no a un actuar concreto.

A Burke (1770) le debemos la idea moderna de partido, pues fue el primero en referirse a él como una agrupación igual de concreta pero diferenciada de la facción; la idea abstracta de parte aterriza como un concepto objetivo y operativizable, distinto al término ominoso de facción: “Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promover, mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio particular acerca del cual todos están de acuerdo” (Burke, citado en; Sartori, 1976:28). El partido en este sentido es un medio perfectamente válido, respetable y concreto (Sartori, 1976). No obstante ser la primera distinción intelectual entre partidos y facciones, Burke no asistirá en su época a la posibilidad de ver en ejercicio a esta entidad que describía. Aunque la existencia de asociaciones de individuos alrededor de temas e intereses comunes antecede a las democracias representativas, es la adopción de un dispositivo regulador como el de las elecciones lo que nos permite hablar de partidos políticos modernos.

 

Los partidos son las principales instituciones de las democracias contemporáneas, de ahí que sean uno de los principales objetos de estudio de la ciencia política (Pasquino, 2011). Cumplen funciones vitales para el sistema democrático: representan y articulan intereses, reclutan las élites que forman gobierno, movilizan a los ciudadanos, son medios de canalización de demandas y son un puente entre la sociedad y el Estado (Beyme, 1982; Sartori, 2005). Su principal objetivo, que opera a su vez como característica que los diferencia de cualquier otra organización social, es que buscan el poder político y compiten por él en elecciones.

 

La agenda de investigación en torno a los partidos ha transitado por varios asuntos. Uno de los aportes clásicos y fundamentales para la disciplina fue el del sociólogo alemán Robert Michels (2003) quien escribió su libro titulado “Partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna”. En él señala que los partidos serían una amenaza para la democracia debido a la tendencia oligárquica propia de su organización interna. En el estudio realizado sobre el partido socialdemócrata alemán, Michels manifestaba que dentro de estas organizaciones se desarrollaban élites que terminaban cooptando los cargos de dirección dentro del partido, por lo que, al momento de las elecciones, el ciudadano terminaba eligiendo a los cuadros de los movimientos políticos.

 

Esta idea planteada a principios del siglo XX sigue teniendo la vigencia de una propuesta reciente, especialmente para los estudios que indagan por los partidos como objetos de estudio, pero no como unidades monolíticas o monocromáticas, sino para aquellos que se preguntan por sus dinámicas internas: los partidos políticos son una confederación de movimientos más pequeños que se agrupan bajo una etiqueta, por lo que estas instituciones democráticas son un sistema en el que los individuos conforman constelaciones de grupos rivales que se disputan el poder dentro de la organización (Sartori, 2005). Enfocar el estudio hacia estas subunidades partidistas permite tener un panorama de lo que el autor denomina el partido por dentro. Es la clase política la que conforma subunidades dentro de los “membretes” oficiales reconocidos dentro de un estatus legal.

 

Para conocer el funcionamiento interno de los partidos es necesario dar un paso en el análisis e ir más allá de la visión clásica. Tal como lo expresa Sánchez (2015) en su análisis de dinámicas y riesgos electorales del departamento del Valle del Cauca 2015, “el membrete partidista es un pésimo descriptor en torno al cual organizar cualquier relato que explique la contienda”. Esta pérdida de la capacidad explicativa de la categoría partido político ha resultado en un viraje de la agenda de investigación que se orienta a profundizar la exploración de vínculos, alianzas, estrategias, luchas por el poder, etc. no entre partidos solamente, sino al interior de ellos, es decir, entre líderes, estructuras y subunidades. De manera particular, quienes exploran la pregunta por la composición interna de las estructuras partidistas, han echado mano del análisis de las redes sociales, para evidenciar por ejemplo, prácticas políticas como las alianzas electorales en entornos altamente competitivos.

 

Esto es de especial interés para el caso colombiano, ya que existe cierto consenso en la literatura especializada de partidos políticos, en argumentar que en el país estas instituciones han sido y son altamente personalizadas y fragmentadas (Boudon, 1996; Arenas & Bedoya, 2009, 2015; Dávila & Delgado, 2002; Duque, 2011; Gutiérrez, 2007; Pinto Ocampo, 2011; Gutiérrez, 2016; Ungar & Arévalo, 2004; Giraldo, 2007). A pesar que desde 2003 se han implementado medidas institucionales tendientes a cohesionarlos (Acto legislativo 001 de 2003, Acto legislativo 001 de 2009, Ley 1475 de 2011, Ley 974 de 2005) los partidos siguen manteniendo comportamientos internos que denotan sus divisiones internas.

 

La fragmentación que vivió el sistema de partidos posterior a la promulgación de la Constitución de 1991 se dio en dos niveles: uno interpartidista y uno intrapartidista. La Carta constitucional flexibilizó los requisitos legales para la creación de partidos y movimientos políticos, creó la circunscripción nacional para el Senado y no tocó lo concerniente a la organización interna de los partidos, hecho que permitió la introducción de nuevas fuerzas al Congreso de la República, algunas de ellas producto de los diálogos de paz del Estado con grupos armados ilegales (Hoyos Gómez, 2005; Arenas y Bedoya, 2015). No hay que olvidar el proceso de descentralización política, administrativa y fiscal que se emprendió desde 1988 y que reestructuró las relaciones de poder a nivel subnacional permitiendo el ascenso de nuevos líderes regionales.

 

A nivel intrapartidista, la fórmula electoral empleada (cociente y residuo - método Hare) y la posibilidad de presentar múltiples listas permitió la proliferación de subunidades al interior de los dos partidos tradicionales, hecho que ocasionó la pérdida de cohesión y unidad en estas instituciones. Esta situación se generó por los incentivos en el marco institucional, el que inclinaba a los actores políticos a la fragmentación con el fin de no perder el poder frente a las nuevas fuerzas políticas que pudieron haber ingresado por motivo de la reforma constitucional. Las reformas posteriores ya mencionadas, intentaron establecer incentivos para la cohesión y unidad partidista. (Para análisis del sistema de partidos a nivel subnacional en Cali y Medellín véase: Arenas & Bedoya, 2015, 2009; Gutiérrez, 2016).

 

Es en este periodo de tiempo que se da el fenómeno de las microempresas electorales acuñado por Pizarro Leongómez (2002) para describir la desorganización interna de los partidos políticos a nivel nacional. Según él, estas microempresas son la “expresión en el plano electoral de las facciones personalistas” (pág. 364). Definió la fracción como organizaciones con un determinado nivel de estabilidad, significación política, con identidad propia y que giraban en torno al líder.

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